viernes, 18 de diciembre de 2015

Salve Usted la patria, maestro. Carta al maestro desconocido. Por William Ospina

“Los gobiernos suelen confiar a los guerreros la misión de salvar a sus pueblos. “Salve usted la patria”, le dicen a un hombre a caballo que tiene una lanza en la mano, y que tiene el deber heroico de desbaratar a grupos feroces de enemigos armados. Hoy, la situación de Colombia es otra. Es el maestro el que tiene el deber y la posibilidad de salvar a la sociedad. Pero ¿quién es el maestro?
No necesariamente alguien que tiene esa profesión y a quien se le paga por enseñar: yo creo que en todos nosotros tiene que haber un maestro, así como en todos tiene que haber un alumno. Es tanto lo que hay por aprender que nadie puede darse el lujo de ser solamente el que enseña y nadie puede darse el lujo de ser solamente el que aprende. Estamos en tiempos difíciles, estamos en tiempos sombríos, por eso tampoco podemos darnos el lujo de pensar que sólo hay unos sitios especializados llamados escuelas donde se enseña y se aprende. El país entero es la escuela, el mundo entero es la escuela, y un buen maestro debe ayudarnos a aprender también las lecciones que nos dan los ríos cuando se desbordan, las selvas cuando son taladas, la industria cuando no tiene conciencia de sus responsabilidades, los políticos cuando en lugar de cumplir con su noble misión de administrar los recursos públicos para el beneficio común, se abandonan a la corrupción y al egoísmo.
DocenciaTodos los seres humanos estamos aprendiendo continuamente. Lo real no es que no aprendamos, sino que a menudo aprendemos lo que no se debe. Porque de nada se aprende tanto como del ejemplo: y cualquier persona en el mundo moderno está continuamente expuesta a elocuentes y pésimos ejemplos. La televisión no es precisamente una cátedra de buenas maneras, la política no es siempre una lección de honestidad, la publicidad no es que sea una lección de modestia y de austeridad, la economía mundial no es ni mucho menos una lección de generosidad, el modo como se gobierna el mundo no es por supuesto una admirable lección de lógica. Y cuando los alumnos, al responder las pruebas de evaluación de sus procesos de entendimiento, demuestran que no saben manejar los principios básicos de la lógica, que no logran razonar, que no saben deducir, que no comprenden bien el sentido de los textos, que no consiguen argumentar con claridad y con método, a menudo lo que nos están demostrando es que viven en un mundo que no enseña lógica, que no muestra sensatez, que no trasmite orden mental, que no enseña a entenderse con los demás.
No cometamos el error de pensar que todo ello se debe exclusivamente a que están fallando los maestros, a que están fallando los métodos pedagógicos, a que está fallando la escuela. Lo que ocurre es que la escuela es una parte apenas del sistema educativo, y a veces descargamos sobre ella toda la culpabilidad de los males y toda la responsabilidad de las soluciones. Por eso repito que la educación tiene el deber de corregir los males de la sociedad y de salvarla en momentos de tanta confusión y de tanta angustia, pero me apresuro a aclarar que esa educación tiene que comprometer a toda la comunidad y no sólo a la escuela y a sus maestros.
La escuela, sin embargo, tiene unas posibilidades de ayudar al cambio que otros sectores no tienen. Recibe a las personas en una edad temprana, cuando son más receptivas, más curiosas, más vivaces y más capaces de confiar en quien las guía. Tiene todo el tiempo para experimentar métodos de aprendizaje apelando al entusiasmo, a la solidaridad, a la sana emulación, a la cooperación, a la capacidad de juego, a la extraordinaria memoria y al alto sentido del honor y del orgullo personal que normalmente tienen los jóvenes cuando no se los trata de un modo ofensivo o despótico. Todo niño está lleno de preguntas, y la educación sería más fácil si no creyera estar llena de respuestas, si aprendiera que, como decía Novalis, todo enigma es un alimento, algo que nos mueve a buscar, que debe movernos a buscar la vida entera; que lo peor que le puede ocurrir a una pregunta verdadera es saciarse con la primera respuesta que encuentre.docente 1
La educación no debe consistir tanto en llenarnos de certezas como en orientar y alimentar nuestras búsquedas. Si a alguien le interesa, por ejemplo, el tema de la salud y de la enfermedad, valdría la pena preguntarle por qué casi todas las medicinas vienen de las plantas, qué misterio casi milagroso hay en esos surcos y en esas semillas. Y a todos nos conviene preguntarnos cuándo se separaron la gastronomía y la medicina. Yo no tengo duda de que en sus orígenes la gastronomía y la medicina debían ser la misma cosa, como creo que tendrán que volver a serlo. La medicina preventiva son los alimentos, y buena parte de la medicina curativa deben serlo también. El mundo moderno parece demostrarnos que cuanto más separadas ambas cosas, más rentables son, y más dañinas. Si lo que comemos nos hace daño, la industria farmacéutica gana más.
Todo eso tiene que ver con la idea que planteaba antes de que el mundo entero es en cierto modo la escuela, y que la educación está, o debería estar, en todas partes. Voy a poner otro ejemplo que tiene que ver con la alimentación. Una especie tan antigua y diestra como la especie humana debiera experimentar métodos de aprendizaje apelando al entusiasmo, a la solidaridad, a la sana emulación, a la cooperación, a la capacidad de juego, a la extraordinaria memoria y al alto sentido del honor y del orgullo personal que normalmente tienen los jóvenes cuando no se los trata de un modo ofensivo o despótico.
Una especie tan antigua y diestra como la especie humana debió aprender hace mucho tiempo que los alimentos confiables tienen cincuenta siglos de seguro. Quiero decir, alimentos que hayamos puesto a prueba durante cinco mil años, nos brindan ya todas las garantías de que son sanos, de que son provechosos. Esas semillas que hemos domesticado a lo largo de los milenios: el maíz, el trigo, la cebada, el centeno; esa leche, esos quesos, esas frutas, esas verduras y esas nueces. Hay que decir que esas bebidas, también, los jugos, las cervezas, los vinos. Pero en tiempos recientes la experimentación científica ha empezado a modificar esas semillas tan largamente conquistadas. La genética está en condiciones de incorporar genes de una especie a otra, para fortalecer o alterar algunas de sus características, y todo eso está bien, es muy humano investigar y experimentar. Pero por supuesto, una especie sensata y prudente lo que no puede hacer es incorporar enseguida esos resultados a la dieta común, cuando faltan décadas, si no siglos, para saber cuáles serán las consecuencias de esas modificaciones. Conviene estar alertas frente a las locuras de la industria, capaz a veces de proponer que se incorpore de modo abrupto a la dieta humana un producto manipulado genéticamente, por mero afán de rentabilidad, pretendiendo que se han hecho pruebas suficientes, sin saber aún qué efecto causarán esos cambios sobre la información genética de las generaciones.
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Otra característica casi divina de la naturaleza es la prodigalidad de las simientes. Desde siempre en el mundo cada especie derrocha sus semillas, el polen fecundo vuela en el viento, la simiente humana y animal, los mecanismos de reproducción, son de una abundancia abrumadora, y ello prueba que la principal tendencia de la vida es la voluntad de permanencia, el designio de la perpetuación, y que el principal seguro de las especies es la generosidad, la abundancia de recursos para multiplicar eso que Rubén Darío llamaba, “la universal, omnipotente, fecundación”. Ahora la técnica y la industria han empezado a obrar modificaciones curiosas: a inventar, por ejemplo, frutos sin semilla, con el fin de hacerse dueños de las patentes y de obligar a los cultivadores a tener que comprar las semillas de nuevo, siempre y siempre. Pretenden que haber obrado una innovación sobre los bienes de la tierra les asegura la propiedad sobre ellos, la privatización de sus dones. Nunca he visto nada que contraríe de un modo más alarmante la prodigalidad de la vida. ¿Cuándo nos cobró la naturaleza por sus semillas? ¿Cuándo nos privó del derecho a cultivar naranjas y viñedos?
Yo no suelo hablar de pecados, pero me resulta difícil concebir un pecado más evidente que ese de reemplazar la generosidad infinita de la naturaleza por la mezquindad del mercado. Educación es plantear el debate sobre temas como estos, y en ese sentido, lo que hay que aprender aquí es lo mismo que hay que aprender en todo el planeta. El planeta es la escuela. Hay, sin embargo, otros campos en que la educación tiene que ver con temas locales.
sonrisas_lagrimas_2145_002He oído decir que cuando un chino visita otro país, asume la actitud de que no es una persona quien está visitándolo sino que es la China misma quien viene. No sé si eso será verdad, pero me parece altamente recomendable: cada uno de nosotros debería ser una especie de síntesis consciente de la tierra a la que pertenece. Ello significa conocer el país, su geografía, su naturaleza, su historia, sus costumbres, ser vocero de una comunidad, representante de una tradición y de una manera singular de estar en el mundo. Y claro que en los tiempos que corren conviene que cada ser humano sea de algún modo el mundo, que represente a la humanidad, sus memorias y sus valores, sus recursos y sus esperanzas, y la educación debería ayudarnos a tener esa alta conciencia de nosotros mismos y del mundo al que pertenecemos.
La principal característica del ser humano, lo que lo diferencia de todas las otras criaturas, es su capacidad de aprender. Algunos animales son capaces de adiestramiento, de asimilar conductas, pero la mayoría tiene incorporada una información instintiva que sólo le permite sobrevivir y repetir un modo de estar en el mundo. La abeja fabrica miel y nunca se le ocurrirá fabricar otra cosa, la hormiga innumerable saber retacear las hojas y alimentar con ellas al hongo que alimenta su hormiguero, este felino sabe cazar antílopes y este hipopótamo sabe refrescarse en el agua, esta araña sabe tejer su malla exquisita y este castor sabe hacer diques con leños, pero sólo el ser humano es capaz de aprender y de innovar.
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El hombre es esa criatura peligrosa capaz de inventar espadas y arados, violines y cañones, catedrales y campos de concentración, sinfonías y bombas nucleares. No sé si somos plenamente conscientes de que nuestra capacidad de aprender es a la vez nuestro principal privilegio y nuestro principal peligro. Que los recursos con que construimos nuestra civilización: el lenguaje, el Estado, la técnica, la ciencia, el pensamiento, la disciplina, también pueden servir para construir nuestro infierno. Somos hijos de la naturaleza, pero somos distintos del resto de la naturaleza, andamos buscando como ninguna otra criatura, y si se puede esperar de nosotros lo peor, también es un consuelo saber que se puede esperar lo mejor.
Aprender, es en primer lugar aprender la lengua, porque sólo en el ámbito de la lengua se da nuestra habilidad para interpretar el mundo, entenderlo y transformarlo. La lengua es también, por supuesto, la memoria, y no sólo la memoria personal sino la memoria acumulada de las generaciones: desde el arte de preparar alimentos, utensilios, indumentarias, desde las ceremonias que nos enseñan a pasar de una edad a otra, a compartir, a celebrar, a agradecer, hasta las técnicas que nos permiten cultivar, habitar, transformar, enfrentar lo desconocido. La aventura de vivir es una aventura formidable, y la realidad es esencialmente increíble.niño
Pero, ¿de qué modo aprendemos la lengua? En todas las edades el recurso fueron los cuentos y los cantos. Una voz afectuosa narraba historias desde la cuna, la música de cada región nos traía en canciones los secretos elementales del mundo. No tengo la certeza de que los cuentos y los cantos sigan acompañando desde temprano a los seres humanos; a lo mejor la letra escrita, la letra impresa, logran reemplazarlos, pero yo dudo que las pantallas de televisión y los llamados métodos audiovisuales logren introducirnos de la misma manera en los secretos del lenguaje, que no son sólo secretos del sentido sino secretos del sonido, del ritmo, del afecto, de la identificación. A través de esas palabras cordiales escuchadas temprano aprendemos a sentirnos parte de una comunidad, de una manera de ser, y eso sólo lo da la compañía de otros seres humanos. Como decía Juan de la Cruz, “mira que la dolencia de amor que no se cura, sino con la presencia y la figura”.
Pero hemos entrado en una edad donde sólo parece atendible lo que está lejos: el que habla a nuestro lado resulta menos importante que el que llama por teléfono, los cuerpos parecen estorbar; los fantasmas, las señales, las meras voces, resultan más cómodas. Hay quien piensa que la educación consiste principalmente en proveernos de información. Algunos llevan más lejos su fe y piensan que la educación debe llenarnos de conocimiento. Aunque es un error creer que aprender es memorizar, los exámenes a menudo sólo ponen a prueba esa facultad humana. Se cree que lo que no se recuerda no se sabe. Pero si uno recuerda algo, ¿lo sabe de verdad? Parece exagerada la frase de Nietzsche “sólo sabemos lo que sabemos hacer”, pero es interesante y desafiante. La educación formal a veces hace pensar que las matemáticas, que la física, son un conjunto de fórmulas para ser memorizadas. Pero esas ciencias exigen mucho más que memoria, exigen que seamos capaces de razonar, de analizar, de resolver los problemas de muchas maneras distintas.
Las pruebas evaluadoras de nuestra educación nos revelan que no estamos aprendiendo a razonar, ni a argumentar, y ni siquiera a entender lo que leemos. Y se cree que no tenemos pruebas que permitan evaluar cuánto estamos aprendiendo en términos de convivencia, de respeto por los demás, de incorporación de valores éticos, de cordialidad con la naturaleza, de pertenencia a la comunidad. Yo me atrevo a decir, con tristeza, que esas otras evaluaciones de nuestra educación sí existen: son los índices de criminalidad, los niveles de corrupción, los índices de violencia intrafamiliar, los incontables procesos que se acumulan en los juzgados, el auge de la delincuencia, el tono de los comentarios en los foros públicos.
Gracias a un vasto proceso de reflexión hemos identificado algunos problemas que es urgente resolver en los procesos educativos. Tienen que ver con el pensamiento, la creatividad, la afectividad, la comunicación y la socialización. Enseñar a pensar por sí mismo requiere el reconocimiento respetuoso de la dignidad y la importancia de quien aprende. La ciencia, decía Estanislao Zuleta, exige argumentación y demostración, y sólo se le demuestra algo a quien es nuestro igual: a alguien inferior se le ordena, a alguien superior se le suplica, sólo al que es igual a nosotros se le argumenta y se le demuestra. Por esto el desafío principal en el campo del pensamiento y de la argumentación es el respeto por la dignidad de aquel a quien enseñamos o con quien dialogamos: todo autoritarismo forma seres sometidos o resentidos, nunca seres libres e iguales. En el campo de la creatividad el principal aliado es el arte. Resolver los problemas de un modo original y armonioso requiere un sentimiento de lo bello, un sentido del ritmo y del equilibrio, y conciencia de que los procesos deben ser placenteros. Para que sea artística, la educación debe proporcionar placer y entusiasmo. Debe tener el rigor de la perfección y la alegría del juego.
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En el orden de la afectividad, donde están comprometidos los sentimientos, es necesario un sentido de la justicia, de la armonía y de la cortesía. Es fundamental que las cosas que se aprenden sean verdaderas y sean bellas, pero también es necesario que sean buenas, y ello implica un sistema de valoraciones. También requerimos capacidad de comunicación, y el instrumento en este campo no es sólo el lenguaje sino el diálogo. La conversación, a la que Kant consideraba la más importante de las artes.
Y por último, el propósito de todo proceso educativo no es sólo crear seres humanos libres, lúcidos, armoniosos y expresivos, sino seres con un sentimiento profundo de pertenencia a una comunidad. La competitividad extrema estimula el egoísmo, los ejercicios de cooperación estimulan nuestra conciencia de que necesitamos de los otros, fortalecen nuestro sentido de comunidad. Tal vez los contenidos de la educación, siendo tan importantes, son secundarios; tal vez lo que más necesitamos es una filosofía de la educación, una actitud, un método, y sobre todo un propósito. El propósito de la educación no puede ser hacernos exitosos y rentables: eso limita la educación a la formación de operarios sin gracia y sin valores, nos hunde en el peligro de creer que allí donde hay éxito individual se ha cumplido la misión. Hay que ver de qué manera el narcotráfico desnudó la locura de una educación orientada a la rentabilidad y al éxito, demostrando que esas cosas pueden alcanzarse sin pasar por la escuela, y demostrando sobre todo que la riqueza separada de un sentido profundo de dignidad y de comunidad sólo trae espanto a los individuos y a las sociedades.
Nunca valoraremos bastante el papel del hacer en los procesos educativos. Conviene recordar la antigua sentencia de Confucio: “Lo escuché y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí”. De modo que quisiera terminar estas meditaciones recordando la importancia de tres cosas. Una, del aprendizaje a través del hacer. La segunda, el entender que la educación no educa a todos sino a cada uno: que para ser una formación que ayude a vivir, debe tener en cuenta las preguntas que brotan de cada conciencia, de cada ser humano. Y la tercera, que en el camino de superar el aspecto puramente cerebral, teórico e intelectual, es urgente aprender con todo el cuerpo.
Para todo ello se requiere, sin duda, que los maestros sean el más valorado de los recursos de una sociedad. Son los principales encargados de introducir a toda una nueva generación en el universo. ¿Cómo pueden tener un reconocimiento menor que el de los guerreros? También los recursos destinados a la educación deben ser la prueba de que queremos abandonar la edad de la barbarie, entrar en el espíritu de la civilización.
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*** William Ospina (Padua, Tolima, 2 de marzo de 1954).Poeta, ensayista, y novelista colombiano.
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Tomado de:http://soachailustrada.com/literatura/salve-usted-la-patria-maestro-carta-al-maestro-desconocido-por-william-ospina/

martes, 17 de febrero de 2015

Enfermos por Yohir Akerman

La Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana emitió un preocupante concepto enviado a la Corte Constitucional para que sea tenido en cuenta en el debate sobre la posibilidad de que las parejas homosexuales adopten.
Preocupante, entre muchas otras cosas retrógradas, porque establece: “las personas homosexuales y lesbianas merecen nuestro respeto como personas, pero hay que señalar que su comportamiento se aparta del común, lo que constituye de alguna manera una enfermedad”.
El concepto es obsoleto, retrógrado y viene de lo establecido por la Biblia sobre la homosexualidad. Lo alarmante es que en la Facultad de Medicina, donde debería primar únicamente el criterio científico y médico, todavía tengan relevancia conceptos religiosos, que la misma ciencia ha demostrado equivocados y se pensaban superados.
Tratar de mantener vigentes esos conceptos dogmáticos, para una universidad o incluso la Corte Constitucional, en los debates que tienen que ver con los derechos de la comunidad LGBTI, es tan equivocado como mantener los principios que contiene la Biblia sobre la virginidad, la desobediencia de los hijos, o la esclavitud. A continuación, algunos ejemplos textuales de conceptos que se han demostrado aberrados, que nos trae el libro que transmite la palabra de dios.
“Ningún varón que tenga un defecto presentará las ofrendas, ya sea ciego o bizco, desfigurado o desproporcionado, enano o cojo, sarnoso o tiñoso, o jorobado, o con un pie o una mano quebrados o con los testículos aplastados” (Levítico 21:18). “Si alguien tiene un hijo rebelde que no obedece ni escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y todo el pueblo lo apedreará hasta que muera” (Deuteronomio 21:18-21). “El que le pegue a su padre o a su madre morirá” (Éxodo 21:15). “El que maldiga a su padre o a su madre morirá” (Éxodo 21:17 y Levítico 20, 9). “El que no obedezca al sacerdote ni al juez morirá” (Deuteronomio 17:12). “Si una joven se casa sin ser virgen, morirá apedreada”(Deuteronomio 22: 20-21). “Si un hombre yace con una mujer durante su menstruación y descubre su desnudez, ambos serán borrados de su pueblo” (Levítico 20:18). “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán” (Deuteronomio 22:22). “Al que ofrezca sacrificios a otros dioses que no sea el Señor, lo mataréis” (Éxodo 22:19-20). “Si un hombre vende a su hija como esclava, la hija no recuperará su libertad como cualquier otro esclavo” (Éxodo 21:7). “Si compras un esclavo hebreo, te servirá seis años” (Éxodo 21:2). “Si un hombre hiere a su esclavo o a su esclava y los mata, será reo de crimen. Pero si sobreviven uno o dos días no se le culpará porque le pertenecían” (Éxodo 21: 20). “Si un hombre hiere a su esclavo en un ojo dejándolo tuerto, le dará la libertad a cambio del ojo que le sacó” (Éxodo 21:26).
La Universidad de La Sabana y la Corte Constitucional deberían tener claro que seguir definiendo la homosexualidad como una enfermedad, o tratando a la comunidad LGBTI como anormales, basándose en la palabra de dios, es tan aberrado como defender la esclavitud, promover el castigo a muerte para los hijos, o pedir pedradas para las mujeres que pierdan su virginidad antes del matrimonio.
Todos esos conceptos están en la Biblia y, como la historia ha demostrado, en esos temas, dios estaba equivocado.
*Nota de la Dirección: Este diario promueve el debate desde el respeto y la argumentación. Consideramos que esta columna se aleja de estos principios. Para el autor, no publicarla implicaría su renuncia. La publicamos y aceptamos su renuncia
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Tomado   de:
http://www.semana.com/nacion/articulo/yohir-akerman-salie-de-el-colombiano-por-columna-de-opinion/418246-3

lunes, 26 de enero de 2015

A punta de yogur y comidas rápidas, jóvenes de Puerto Bogotá, Guaduas generan empleo para sus coterráneos Por Carlos Zambrano

En el corregimiento de Puerto Bogotá, situado a orillas del río Magdalena y que hace parte del municipio de Guaduas (Cundinamarca), un grupo de jóvenes emprendedores creó la corporación Jóvenes Obrando para Crear (JOC), una iniciativa para generar empleo en la zona y evitar el desarraigo por falta de oportunidades. Con la producción y venta de yogur de la marca Delijoc, y con el restaurante de comidas rápidas Rapijoc, estos guadueños financian actividades productivas, deportivas y culturales en beneficio propio y del municipio.

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Puerto Bogotá es una zona de frontera entre Cundinamarca y Tolima, ubicada en el margen oriental del río Magdalena. La población se une con el municipio tolimense de Honda a través del puente Luis Ignacio Andrade, que durante décadas ha sido paso obligado de turistas y transportadores que viajan del interior a Antioquia y la Costa, y viceversa.
Pero su reconocimiento no alcanza la fama ni el presupuesto de sus vecinos de Honda. La carretera y los restaurantes alrededor del puente han sostenido a la población, pero se trata de un negocio moribundo.
En ese entorno, y preocupados por la falta de oportunidades para los jóvenes que se niegan a abandonar la región en busca de un mejor futuro, Jhon Javier Barragan, Christian Camilo Rojas, Juan David Guzman y  Wilde Muñoz, decidieron crear en julio de 2000 la Asociación de Jóvenes de Puerto Bogotá.
Se trata de una entidad sin ánimo de lucro que comenzó a trabajar en la inclusión de los jóvenes de la región en los procesos de desarrollo del municipio, a través de labores sociales. Su foco fue la organización de actividades deportivas y culturales, y jornadas de ayuda a las comunidades más vulnerables.
Para 2003, la asociación ya se había consolidado como un ente importante en la región. Sin embargo, ellos sentían que les faltaba apoyo y representación ante las autoridades locales. Por esto, decidieron incursionar en la política, para acceder a cargos de elección y representación popular.
Su apuesta resultó exitosa, pues James Beltrán, uno de los fundadores, obtuvo una curul en el Concejo Municipal de Guaduas. Con este paso, la asociación obtuvo apoyo y visibilidad desde el Gobierno, para fortalecer sus actividades.
Emprendimiento como motor de desarrollo
Convencidos de que el papel de los jóvenes en la asociación iba mucho más allá que la simple voluntad de ayudar, decidieron dar otro paso y formaron la corporación Jóvenes Obrando para Crear (JOC).
Con esta nueva figura, el emprendimiento cobró mayor auge, pues los jóvenes no solo se reúnen para trabajar por su pueblo, sino que también participan en un negocio que les permite mejorar sus ingresos y elevar su calidad de vida sin tener que salir de la región.
Con la ayuda del Sena, los jóvenes de la corporación se capacitaron en la producción de lácteos, lo que les permitió desarrollar un nuevo producto, Delijoc, una línea de yogur natural con variedad de sabores que ellos mismo fabrican, empacan y distribuyen.
Con el paso del tiempo, los que entraron a la corporación siendo niños, hoy en día se han convertido en adultos emprendedores que trabajan en sus propios productos y reciben sus ganancias. Además son un ejemplo para los más pequeños, quienes algún día sueñan con ser grandes empresarios en el corregimiento.
Creando valor social
Desde sus inicios, la corporación se propuso contribuir de forma positiva al desarrollo y crecimiento del municipio. Y para ello, algunos de los lácteos que producen son entregados a mujeres cabeza de hogar y a ancianos, para que los vendan y reciban un sustento diario que mejore sus condiciones de vida.
Además, los cerca de 100 jóvenes que actualmente trabajan en la corporación desarrollan diferentes propuestas de beneficio comunitario: animación de eventos, presentaciones teatrales con títeres, válidas de motociclismo, enseñanza gratuita de música a los niños.
Incluso, para fomentar el desarrollo cultural, la corporación organiza anualmente el evento ‘Los jóvenes se toman la noche’. En él, de 5:00 p.m. a 5:00 a.m., los participantes reciben charlas y talleres formativos, y asisten a la presentación de grupos de danza, teatro, y de artistas invitados. Es una fiesta de alegría en torno al progreso.
“Nuestra intención es trabajar por la comunidad. La corporación se creó con el fin de forjar el liderazgo y de entregar a los jóvenes del pueblo la oportunidad de progresar aquí, y de este modo permitir que la comunidad crezca a la par con ellos”, señala Christian Camilo Rojas Rondon, director del proyecto de yogur de JOC.
Sede propia, nuevos proyectos
Un aspecto limitante para la consolidación de la corporación fue la falta de sede propia. Durante varios años funcionaron en sedes arrendadas, lo cual no permitía su expansión, porque para crecer debían realizar mejoras locativas que no se podían hacer en virtud de los contratos. Esto implicó que la producción de yogur no podía sobrepasar los 300 litros semanales, pues no contaban con un cuarto frío de almacenamiento.
Hoy en día, gracias al aporte de la Gobernación de Cundinamarca y de Pacific Rubiales, la corporación Jóvenes Obrando para Crear funciona en una sede propia. Allí cuenta con un área de  producción y empaque de lácteos, un cuarto frío de almacenamiento y un área de atención al público, en la que se creó Rapijoc, un restaurante de comidas rápidas que les permite aumentar los ingresos y  generar más empleo.
Además, con el apoyo del Sena, que brinda capacitación de forma gratuita a los jóvenes de Puerto Bogotá, los afiliados a la corporación están contemplando la posibilidad de aprender panadería y también fabricación de implementos de aseo, productos que piensan comercializar en la región. Ellos saben que estar en la periferia de la ruta del Sol les abre nuevas oportunidades comerciales y desde ya se están preparando.
En Guaduas, así como ‘la Pola’ luchó por la conformación de un nuevo país, ahora sus coterráneos, a través de la corporación Jóvenes Obrando para Crear, luchan para cambiar su realidad y con ello el futuro de su región.
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Tomado de:
http://www.elespectador.com/tomalapalabra/pacific-rubiales/punta-de-yogur-y-comidas-rapidas-jovenes-de-267-articulo

sábado, 24 de enero de 2015

lunes, 12 de enero de 2015

'El capital en el siglo XX', según Bill Gates. El hombre más rico del mundo escribe una reseña del exitoso libro del economista Thomas Piketty.

Un tratado de 700 páginas sobre economía traducido del francés no es exactamente una lectura ligera –incluso para alguien con un alto cociente ‘geek’ reconocido–. Pero me sentí obligado a leer El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty después de ver varias reseñas y de oír a amigos hablar de él.
Me alegro de haberlo hecho. Les animo a leerlo también, o al menos un buen resumen, como el de The Economist. Piketty fue bastante agradable y accedió a hablar conmigo sobre su trabajo en una llamada de Skype. Como le dije, estoy de acuerdo con sus conclusiones más importantes, y espero que su trabajo atraiga a más personas inteligentes al estudio de la riqueza y la desigualdad de ingresos –porque cuanto más entendamos acerca de las causas y soluciones, mejor–. También le dije que tengo preocupaciones sobre algunos elementos de su análisis, que comparto a continuación.
Estoy muy de acuerdo con Piketty en que:
– Los altos niveles de desigualdad son un problema –echando a perder los incentivos económicos, inclinando las democracias en favor de poderosos intereses y socavando el ideal de que todas las personas son creadas iguales.
– El capitalismo no se autocorrige hacia una mayor igualdad –esto es, el exceso de concentración de la riqueza puede tener un efecto de bola de nieve, si no se controla.
– Los gobiernos pueden jugar un papel constructivo compensando las tendencias de bola de nieve siempre y cuando decidan hacerlo.
Para ser claros, cuando digo que los altos niveles de desigualdad son un problema, no quiero dar a entender que el mundo está cada vez peor. De hecho, gracias al aumento de la clase media en países como China, México, Colombia, Brasil y Tailandia, el mundo en su conjunto se está haciendo más igualitario, y esa tendencia mundial positiva es probable que continúe.
Pero la desigualdad extrema no debe ser ignorada –o, peor aún, celebrada como una señal de que tenemos una economía de alto rendimiento y una sociedad próspera–. Sí, cierto nivel de desigualdad está integrado en el capitalismo. Como sostiene Piketty, es inherente al sistema. La pregunta es ¿qué nivel de desigualdad es aceptable? Y ¿cuándo empieza la desigualdad a hacer más daño que bien? Eso es algo sobre lo que deberíamos tener un debate público, y es genial que Piketty ayudara a avanzar en la discusión de una manera tan seria.
Sin embargo, el libro de Piketty tiene algunos defectos importantes que espero que él y otros economistas aborden en los próximos años.
Pese a todos los datos de Piketty sobre las tendencias históricas, no da una imagen completa sobre cómo se crea y cómo decae la riqueza. En el núcleo de su libro hay una simple ecuación: r>g, donde r representa la tasa media de rentabilidad sobre el capital y g, la tasa de crecimiento de la economía. La idea es que cuando los rendimientos del capital superan los del trabajo, con el tiempo la brecha de riqueza se amplía entre la gente que tiene mucho capital y la que confía en su trabajo. La ecuación es tan central para los argumentos de Piketty que él dice que representa “la fuerza fundamental de divergencia” y “resume la lógica global” de sus conclusiones.
Otros economistas han reunido grandes conjuntos de datos históricos y ponen en duda el valor de r>g para entender si la desigualdad se ampliará o se reducirá. No soy un experto en esa pregunta, pero sí sé es que el r>g de Piketty no diferencia adecuadamente entre los distintos tipos de capital con diferente utilidad social.
Imagine tres tipos de gente rica. Un hombre está poniendo su capital en la construcción de su negocio. Después, hay una mujer que está dando la mayor parte de su fortuna a la caridad. Una tercera persona está consumiendo, gastando mucho dinero en cosas como un yate y un avión. Si bien es cierto que la riqueza de las tres personas contribuye a la desigualdad, yo diría que los dos primeros están dando más valor a la sociedad que el tercero. Ojalá Piketty hubiera hecho esta distinción, ya que tiene importantes implicaciones de políticas, que abordaré más abajo.
Más importante, creo que el análisis r>g de Piketty no da cuenta de las poderosas fuerzas que contrarrestan la acumulación de la riqueza de una generación a la siguiente. Estoy totalmente de acuerdo en que no queremos vivir en una sociedad aristocrática en la que las familias ricas se hagan más ricas simplemente por sentarse en sus laureles, y recojo lo que Piketty llama “ingreso rentista” –es decir, los rendimientos que las personas ganan cuando dejan a otros usar su dinero, tierras u otras propiedades–. Pero no creo que EE. UU. esté cerca de eso.
Eche un vistazo a la lista Forbes 400 de los estadounidenses más ricos. Cerca de la mitad de la gente de la lista son emprendedores cuyas empresas lo hicieron muy bien (gracias al trabajo duro y mucha suerte). Contrario a la hipótesis rentista de Piketty, no veo a nadie en la lista cuyos antepasados compraron una gran extensión de tierra en 1780 y que han estado acumulando riqueza familiar con rentas desde entonces. En EE. UU., ese viejo dinero se fue tiempo atrás –a través de la inestabilidad, la inflación, los impuestos, la filantropía y el gasto.
Puede ver una dinámica de descomposición de la riqueza en la historia de las industrias exitosas. En la primera parte del siglo XX, Henry Ford y un pequeño número de emprendedores lo hicieron muy bien en la industria del automóvil. Eran dueños de una gran cantidad de las acciones de compañías automotrices que lograron ventajas con economías de escala y rentabilidad masiva. Esos empresarios exitosos fueron atípicos. Mucha más gente –incluyendo muchos rentistas que invirtieron su patrimonio familiar– vio quebrar sus inversiones en el período de 1910 a 1940, cuando la industria automotriz estadounidense se redujo de 224 fabricantes a 21. Así que en lugar de una transferencia de riqueza hacia los rentistas y otros inversionistas pasivos, a menudo se tiene lo opuesto. He visto el mismo fenómeno en funcionamiento en tecnología y otros campos.
Piketty tiene razón en que hay fuerzas que pueden conducir a una bola de nieve en la riqueza (incluyendo el hecho de que los hijos de los ricos consiguen a menudo acceso a las redes que pueden ayudarles con pasantías, trabajos, etc.). Sin embargo, también hay fuerzas que contribuyen al declive de la riqueza, y el capital no les da suficiente peso.
También estoy decepcionado de que Piketty se centrara en datos de riqueza e ingresos, descuidando el consumo por completo. Los datos de consumo representan los bienes y servicios que la gente compra –incluyendo alimentación, vestido, vivienda, educación y salud–, y pueden añadir mucha profundidad a nuestra comprensión de cómo viven las personas. Sobre todo, en las sociedades ricas, el cristal de los ingresos realmente no deja ver lo que necesita ser reparado.
Hay muchas razones por las cuales los datos de ingresos, en particular, pueden ser engañosos. Por ejemplo, una estudiante de medicina sin ingresos y con un montón de préstamos estudiantiles podría aparecer en las estadísticas oficiales como si estuviera en una situación desesperada, pero bien puede tener un nivel muy alto de ingresos en el futuro. O un ejemplo más extremo: algunas personas muy ricas que no están trabajando activamente aparecen bajo el umbral de la pobreza en los años en que no venden ninguna acción o no reciben otras formas de ingreso.
No es que debamos ignorar los datos de riqueza e ingresos. Pero los datos de consumo pueden ser aún más importantes para comprender el bienestar humano. Como mínimo, muestran una imagen diferente –y generalmente más color de rosa– de la que Piketty pinta. Me gustaría ver estudios que analicen a la vez datos de riqueza, ingresos y consumo.
Incluso si no tenemos una fotografía perfecta hoy, podemos saber bastante de los desafíos sobre los que podemos tomar acción.
Soluciones alternativas
La solución favorita de Piketty es un impuesto anual progresivo sobre el capital, en lugar de sobre los ingresos. Él argumenta que este tipo de impuesto “hará posible evitar una espiral de desigualdad sin fin mientras preserva la competencia y los incentivos para los nuevos casos de acumulación primitiva”.
Estoy de acuerdo en que la fiscalidad debería alejarse de gravar el trabajo. No tiene ningún sentido que el trabajo en Estados Unidos sea tan fuertemente gravado en relación con el capital. Tendrá aún menos sentido en los próximos años, ya que los robots y otras formas de automatización vendrán a desempeñar más y más de las habilidades que los trabajadores humanos tienen hoy.
Pero más que mudarse a un impuesto progresivo sobre el capital, como Piketty quisiera, creo que estaríamos mejor con un impuesto progresivo sobre el consumo. Piense en las tres personas ricas que he descrito antes: una invirtiendo en empresas, una en filantropía y otra en un generoso estilo de vida. No hay nada malo con el último, pero creo que él debería pagar más impuestos que los otros. Como Piketty señaló cuando hablamos, es difícil medir el consumo (por ejemplo, ¿deben contar las donaciones políticas?). Pero entonces, casi todos los sistemas impositivos –incluyendo el impuesto a la riqueza– tienen retos similares.
Como Piketty, también soy un gran creyente en el impuesto de sucesiones. Dejar a los herederos consumir o repartir el capital de forma desproporcionada, simplemente basado en la lotería del nacimiento, no es una forma inteligente o justa para asignar recursos. Como a Warren Buffett le gusta decir, es como “elegir al equipo olímpico del 2020 con los hijos mayores de los ganadores de medallas de oro en las olimpiadas del 2000”. Creo que debemos mantener el impuesto de sucesiones e invertir las ganancias en educación e investigación –la mejor forma de fortalecer nuestro país para el futuro.
La filantropía también puede ser una parte importante del conjunto de soluciones. Es una lástima que Piketty dedique tan poco espacio a ella. Hace 125 años, Andrew Carnegie era una voz solitaria animando a sus compañeros ricos a devolver una parte sustancial de su riqueza. Hoy, un número creciente de personas muy ricas se están comprometiendo a hacer precisamente eso. La filantropía bien hecha no solo produce beneficios directos para la sociedad, sino que también reduce la riqueza dinástica. Melinda y yo somos fuertes creyentes de que esa riqueza es mala tanto para la sociedad como para los descendientes involucrados. Queremos que nuestros hijos encuentren su propio camino en el mundo. Tendrán todo tipo de ventajas, pero crear sus vidas y carreras dependerá de ellos.
El debate sobre la riqueza y la desigualdad ha generado un gran acaloramiento partidista. Yo no tengo una solución mágica. Pero sí sé que, aun con sus defectos, el trabajo de Piketty contribuye al menos con tanta luz como calor. Y ahora estoy ansioso por ver investigación que aporte más luz a este importante tema.
BILL GATES*
* Este artículo apareció originalmente en el blog de Bill Gates,www.gatesnotes.com.