No había antecedentes. Por vez primera la ciudad de Bogotá reunió rubros de distintos programas para capacitar a más del 50% de sus maestros. 18.000 docentes para ser más exactos. 20.000 millones de pesos en total costó el contrato que para este fin suscribió, el 28 de diciembre, la Secretaría de Educación con el consorcio interuniversitario “Alma Mater”. Nadie sospechó que este ambicioso programa de formación terminara en un escándalo. O en una polémica pública, que para el caso es lo mismo.
Ahora sabemos que el contrato no lo suscribió, como debió ser, la subsecretaría de calidad y pertinencia. Que se escogió el camino de un convenio para evitar una licitación pública. Que en cinco meses de ejecución el convenio ha tenido cuatro interventores y que sus informes no tiene un asomo de rigor. Y el uso de módulos producidos hace 18 años para cursos preuniversitarios ha generado interrogantes sobre el cumplimiento del propósito innovador que animó el convenio.
Aceptemos que la Secretaría de Educación de Bogotá pensó esta vez en la calidad de los maestros del Distrito. Nos queda como lección aprendida que hay que pensarlo con mayor rigor y responsabilidad. Que no pueden existir políticas educativas exitosas sin el activo concurso de los maestros. Que la ciudad debe apoyar su formación a nivel de maestría o doctorado en aquellas áreas donde ellos trabajan con los estudiantes. Y que estos programas de formación deben ir acompañados con acciones de bienestar social y apoyo al desarrollo de su profesión. Ese debería ser uno de los principales compromisos del próximo gobierno distrital.
Así lo aconseja el estudio sobre los países con mejor calidad de la educación en el mundo conocido como el informe Mckinsey del año 2007. Allí se afirma que “el principal impulsor de las variaciones en el aprendizaje escolar es la calidad de los docentes” y que “la calidad de la educación de una sociedad no puede sobrepasar el techo de la calidad de sus docentes”.Que la sociedad debe seleccionar a sus mejores estudiantes para destinarlos a la docencia y la investigación. Ello supone que así mismo la sociedad debería recompensarlos con los mejores salarios.
El reto sigue siendo inmenso a pesar de los progresos que en este campo ha tenido la ciudad. De los 30.482 docentes que hoy tiene Bogotá solo 438 son normalistas y 350 técnicos o tecnólogos en educación. Una alta proporción tienen formación profesional, 14.609 profesionales pedagógicos o licenciados y 1.466 profesionales no pedagogos. Sin embargo, a julio de 2011 solo 300 docentes tienen títulos de especialización, 781 en maestría y apenas 28 han adelantado estudios de doctorado.
Seguramente hay que diseñar otras estrategias para jalonar la calidad en la educación pública, sobre todo ahora que hemos resuelto los problemas de cobertura. O fortalecer algunas que han mostrado relativo éxito. Pero una inversión en la formación cada vez más especializada de nuestros docentes será siempre una de las más seguras apuestas. Y una reivindicación de la dignidad de nuestros maestros.
Tomado de:
http://www.kienyke.com/2011/07/18/la-dignidad-de-los-maestros/
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