miércoles, 29 de junio de 2011

Historia de una Propuesta Pedagógica por Gabriel Restrepo

Gabriel Restrepo

Me llamo Gabriel Restrepo y en este momento soy profesor de cátedra de la maestría de Antropología de la Universidad de los Andes. Durante 32 años fui profesor e investigador de la Universidad Nacional y también ejercí por tiempos breves funciones de responsabilidad técnica en el Estado (planeación nacional, consejería de la paz). Mis temas de trabajo a lo largo de mi vida académica han sido la cultura, la socialización (distintas formas de educación) y la formación del sujeto, temas en los cuales he publicado 20 libros y 100 ensayos. El tema que más me apasiona es la educación como vía de esperanza en una nación desesperanzada. He trabajado los temas de competencias y en el problema de la pedagogía para mejorar la educación en todos los niveles.

El artículo que quiero presentar fue pensado como una idea que ofrecía de regalo a la Universidad Nacional en vísperas de mi salida, en septiembre del año 2001. Pensé que se publicaría en UN Periódico, del cual era habitual colaborador. Sin embargo, fue censurado, con una respuesta de silencio. Quizás se pensó que en una época de elecciones (entonces se disputaba la rectoría de la Universidad entre el rector saliento, Víctor Manuel Moncayo y contendores que no habían salido a la palestra) yo mostraba ambiciones de poder, cosa que nunca me ha pasado por la cabeza, porque el único poder que concibo es el poder de la educación y nada más.

El resultado fue que esta idea quedó huérfana.

Quizás sea demasiado soñar, se diría. Pero, ¿por qué no pensar que universidades privadas se asociaran para esta creación de futuro?

Al menos, valdría la pena la discusión.

Por eso, años después y en un espacio distinto vuelvo a insistir en mis inquietudes.

PROYECTO U.N. ALPHA Y OMEGA

Gabriel Restrepo, profesor de Ciencias Humanas.
Septiembre 2001

Quiero justificar en este espacio de UN Periódico una propuesta que ha rondado en mi cabeza durante muchos días y noches. Es, si se quiere, una forma de no declinar una utopía razonable, en una época en la cual pensar en futuros posibles parece algo condenado a la sospecha.

Como todo proyecto ha de ampararse en trayectos ciertos, procederé primero a derivar la propuesta de una interpretación panorámica del sentido de la historia de la Universidad Nacional.

¿Qué es la Universidad Nacional? Dos designios de su comienzo ilustran sus fines. El primero: en una época de descentralización a ultranza, iniciada con la Constitución de Rionegro (1861), no ponderada por cuanto daba a las regiones la categoría y no pocos medios propios de los Estados (lo cual llevaría, a la postre, a la pérdida de Panamá), la Universidad Nacional fue fundada en 1867 con el propósito de servir de contrapeso a las fuerzas centrípetas, gracias a la convergencia cultural que se podría producir en ella por la convivencia de lo diferente y, aún, de lo opuesto, como se plasmó en las controversias académicas de conservadores y de radicales.

El segundo signo de la fundación de la Universidad Nacional, aunque más críptico, es más elocuente. El primer rector en forma de la Universidad Nacional y, con probabilidad, su mentor, fue Manuel Ancízar, quien, tres lustros atrás, perteneciera a la segunda de las más grandes aventuras organizadas del saber en Colombia: la Comisión Corográfica (1850-1857). Como secretario de la institución que seguía los rastros de la Expedición Botánica, Manuel Ancízar había participado en una exploración de Bogotá a los Santanderes, en el oriente del país. Como fruto de dicho viaje, Ancízar recopiló sus observaciones etnográficas, sociológicas, literarias, naturalistas, en un libro iniciático llamado Peregrinación de Alpha.

Gracias a ciertos avances de la lingüística y de la deconstrucción, sabemos que los patronímicos no son casuales. ¿Qué quería decir, pues, peregrinación de Alpha y de qué modo se asociaba la Comisión Corográfica al designio de la Universidad Nacional?

Alpha es la letra inicial del alfabeto griego y está apareada por muchas razones a la Omega, que es la letra final. La peregrinación de Alpha es la búsqueda de Omega. Aunque se conoce a ciencia cierta que Ancízar tenía proclividades esotéricas, no hay que conferir a estas cábalas un sentido ultramundano. Pero que no posea un sentido trascendental, en términos religiosos, no quiere decir que el acertijo no sea extraordinario.

Lo que se contiene allí es algo semejante a lo que Gabriel García Márquez fabula en Cien Años de Soledad. Melquíades, un hombre universal, descifra las claves secretas de Macondo, gracias a que, por su condición nómade, y por su amor al saber y por su saber del amor, es capaz de leer y de traducir los sentidos encerrados en la triste genealogía del abecedario de los Buendía (no por azar, Aureliano Buendía lleva por iniciales las dos primeras del alfabeto y la genealogía abarca la declinación, de la generación a la catástrofe).

La Peregrinación de Alpha y la búsqueda del Omega de la nacionalidad no serían, pues, asunto distinto a deletrear la nacionalidad en todo cuanto de ella sea legible: su naturaleza y su geografía, sus etnicidades, su economía, su historia, sus culturas. En otros términos, su complejidad.

Deletrear es el oficio propio del saber. Es convertir entes en signos y, más aún, en significados y en significantes y en símbolos que, incorporados por la educación en el pueblo y en las instituciones políticas, puedan servir como redes o timoneles para orientar la experiencia personal y social en un mundo pleno de incertidumbres y de enigmas, pero también de oportunidades infinitas. Deletrear el país es, sin más, traducir su destino en designio, su ser en devenir, su historia en presente y en porvenir.

En su trayectoria, la Universidad Nacional ha sorteado numerosas crisis, con no pocas soluciones. Se constituyó como territorio en 1936. Superó el inmenso e intenso pavor de los años sesentas y setentas (algo que merecería muchas historias, asociado como está a las mutaciones nacionales y globales) con la conocida reforma Patiño, el inicio de la investigación, los progresos de la extensión, la instauración de nuevos programas e institutos.

En los últimos quince años, la Universidad inició una reforma curricular; adoptó programas con un sentido estratétigo (Programa de Admisiones Especiales para municipios pobres y comunidades indígenas); amplió las sedes a lugares cruciales de la nacionalidad (San Andrés, Tumaco, Leticia, Arauca); definió sus programas estratégicos y habilitó recursos para su ejecución; se apresta a la autoevaluación de sus programas; consolidó una programadora para la difusión de sus actividades, con niveles de excelencia; y, en fin, ha desarrollado innovaciones fundamentales en el campo de la educación.

Todo esto indica que la Universidad Nacional puede encontrarse preparada para pensar en proyectos de largo aliento. El que aquí propongo para la discusión es uno que repararía la deuda que la Universidad Nacional tiene con la educación y con la pedagogía y que, además, proyectaría a la institución hacia el futuro, más allá de una generación.

Se trataría de convocar por una sola vez a los cincuenta mejores bachilleres del país para ofrecerles todo el apoyo financiero e institucional para dedicar sus vidas a una misión pedagógica. La Universidad Nacional diseñaría un programa especial para ellos, del pregrado al doctorado, de modo que en ese medio centenar de maestros/as se cifrara la esperanza de una densidad inusitada de la pedagogía en esta centuria, para proyectarse en una elevación radical de la calidad de la enseñanza en la educación básica y media, con efectos previsibles en la misma educación universitaria.

En los dos últimos siglos, las distintas experiencias de los países que han accedido tarde a la modernidad, pero que se han instalado como centros de ella, revelan que en todos ellos, sea Alemania, sea Estados Unidos, sea Japón, el esfuerzo ha sido presidido por una voluntad por hacer de la educación una palanca de progreso, para lo cual han debido combinar un propósito de creación de altísimos centros de excelencia, paralelo a la democratización o masificación del acceso general a la educación, combinados estos esfuerzos con una visión de largo plazo.

¿En qué consistiría el programa especial para los/as cincuenta bachilleres? Como uno de los déficits más graves que hay en la educación en Colombia, en mi opinión, es el de mentes con capacidad de síntesis que no sean meras elucubraciones o generalidades sin fundamento, se trataría de que estos/as bachilleres fueran distribuidos/as, según sus vocaciones, en programas de estudio por grandes áreas de conocimiento y no por profesiones o disciplinas aisladas. Para poner dos ejemplos: 5 de ellos/as se iniciarían en la Facultad de Ciencias en un programa que contemplara una aproximación a las ciencias de la naturaleza en su conjunto, es decir, a los alfabetos de todas las disciplinas y a sus relaciones. Otros/as cinco lo harían en Ciencias Humanas teniendo como referente el estudio de la sociedad desde diferentes perspectivas disciplinares. Esto no quiere decir que no pudieran profundizar en una disciplina en particular, lo cual puede ser deseable, pero en este caso debería graduarse la intensidad de la especialización y, en todo caso, subordinarse a otra dimensión del programa especial que cobijaría a todos/as quienes participaran en el programa desde los distintos ámbitos (ciencias de la naturaleza, de la sociedad, artes, ingenierías, ciencias del campo, ciencias de la salud).

Pues, aparte del estudio de un ámbito del saber, los/as cincuenta formarían un colectivo que compartiría tres actividades comunes de formación: uno, prácticas de comunicación en la programadora de la Universidad, teniendo en cuenta el peso específico que hoy adquiere la educación informal en la educación formal. Dos, prácticas en computación y en programación. Y tres, una sólida formación en filosofía de la ciencia, ética, comprensión transcultural y pedagogía, labor que, luego de los dos primeros años, daría paso a prácticas de investigación – acción en las escuelas y colegios del país.

En su diseño y ejecución el programa podría tomar una década, término para que cada uno de los/as cincuenta llegara al doctorado y replicara la experiencia de formación. Pero sus efectos serían incalculables a lo largo de las décadas, plasmándose en una cadena áurea de maestros/as de maestros/as.

Los costos de un programa de esta naturaleza podrían cubrirse mediante suscripciones públicas y mediante fiducias y donaciones de exalumnos y de empresas interesadas en promover el talento nacional.

Como se trata de echar a volar un sueño, pero sin dejarlo desamparado, el autor de esta propuesta recibe sugerencias en:garestre@cable.net.co

Tomado de: http://elcentro.uniandes.edu.co/proyectos/alphaomega/index.htm

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